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DeMENTES

Un día como el de hoy...

Domingo. Me despierto a eso de las siete y poco y sé que ya no voy a poder dormir más. En eso sí me conozco. Han sido apenas cinco horas de sueño ligero y malo, de dar vueltas y no saber dónde narices meterme. Me levanto, no se escucha nada. En mi edificio todos duermen menos yo, incluso el silencio. Me duele un poco el costado.


Una buena y larga ducha me ayuda, rompe el silencio en mis oídos, el agua tibia reblandece mis pensamientos, les pule el anquilosamiento que les produje a lo largo de toda la tarde y parte de la noche pasada, a base de repasarlos una y otra vez, apalearlos, bombardearlos con mis dudas y mis inquietudes. No es que con el agua cayendo sobre tu cabeza se vea todo algo más claro, pero al menos si te sientes más liviano, como cuando te afeitas después de una semana... miras al espejo y sigues siendo tú, el de siempre, pero con una pinta algo mejor de la que esperabas. Me gustaría quedarme allí un buen rato más pero en un instante he decidido que necesito irme, salir de casa, y es lo que hago.


Cojo el coche y me voy a Tarragona, a la playa, todavía es pronto y con suerte no habrá mucha gente. Cuando llego sólo hay unos pocos bañistas valientes y yo me alejo lo más posible de cualquiera de ellos. Me siento en la arena, no demasiado lejos del agua, sólo lo justo para no tener que salir de allí empapado... y me dejo llevar.


No tengo ganas de pensar en nada, eso ya lo hice ayer demasiado y no sirvió de nada, o tal vez sí, o tal vez nunca sirve, pero ahora sólo quiero estar allí un rato, mirando el mar, a distancia de mí mismo, al menos hasta que el sol empiece a dar caña o la gente paseando sus carnes a mi alrededor sea más de la soportable.


Pasa un buen rato, no sé cuánto, y no sé a través de qué asociación llego a las olas, que me llaman, y un puente. Hacía tiempo que yo quería escribir algo sobre un puente, pero hasta ahora no había sido más que uno de tantos apuntes colgados ahí, en mi cabeza, como anzuelos espectantes. Y de repente ya lo tenía, ¡había picado uno! Tenía un puente, tenía las aguas que vienen y van, siempre cíclicas, y tenía mi propio estado de ánimo, que visto lo visto, lo habréis comprobado, no era demasiado bueno. Poco a poco todo fue tomando forma y estructura en mi cabeza, cogiendo su sitio, y no tardé mucho en darle un armazón más o menos consistente. Creo que en esos momentos son los únicos en los que mi cabeza sí sabe exactamente lo que tiene que hacer. En pocos minutos la tuve, a buen recaudo en mi memoria. Ya sólo faltaba lo peor, que es escribirla, pero eso es algo que habría de hacer en casa, y a eso me puse. Dejé la playa, empezaba a haber más bañistas de los que podía encajar.


Llego a casa y me pongo ante el teclado y todo comienza a fluir. Es sorprendente porque yo no funciono bien con el teclado, lo mío es el papel, pero de todos modos siento que soy capaz de seguir, que la cosa toma buen cuerpo. Así que sigo escribiendo a la espera de encontrarme con el típico bloqueo que me frene y tenga el relato en el dique seco durante días, semanas, quizá para siempre. Pero al cabo de poco más de una hora lo he terminado y no me lo puedo creer. Se titula "El Tiempo del Sueño" y si queréis lo podéis leer en mi blog, TannHäuser... juzgad qué os parece...


Bukowski dijo que la escritura sólo sirve en tanto en cuanto salva tu pellejo, y pienso que hay mucho de verdad en ello. A mí no sé si me lo salva o me lo deja de salvar, de comer sí no que no me da, pero al menos me mantiene en el umbral de la cordura, lo que no es poco. La verdad es que no es un cuento agradable, incluso contiene una idea horrible, una de las más horribles que quizás he llegado a plasmar por escrito, pero mientras la escribía sentía que tenía validez en mi pensamiento, en mi ser y estar en aquel instante, y ahora está allí, fijada en mis palabras.


A la mayoría de gente no le gusta que les cuentes cosas tristes, cosas terribles o melancólicas, y la verdad es que ese es el terreno en el que yo me suelo mover mejor, quizá porque siempre he sido algo triste y melancólico. Ha habido gente, amigos que son, amigos que fueron, que habiendo leído cosas mías, me preguntaban por qué escribía acerca de todo aquello, quizá pensando que yo debía ser un tipo que se pasa las 24 horas del día, los 365 días del año, deprimido... como si no fuese otra cosa que postración. Yo siempre contesto a eso que es lo que hay en mi cabeza en ese momento, no creo tener por qué justificarme más.


Porque al fin y al cabo la escritura es una forma de desahogo, una vía de escape a tantas y tantas cosas que te hacen la vida imposible. Uno escribe para exorcizar sus demonios y fantasmas, y mucha de mi literatura surge de y por la soledad, y con esto no me estoy refiriendo a no tener a nadie, personas, amigos con los que charlar, divertirse, compartir dichas y pesares, sino, antes bien, me refiero a la soledad que supone enfrentarte contigo mismo, con al abismo de todo lo que eres y lo que pretendes ser... Y lo peor de todo es que cada vez que te enfrentas a ti mismo siempre te sorprendes, nunca sabes bien a qué atenerte, conoces cosas nuevas, y no necesariamente buenas...


Por eso escribir es una forma de conocerme todo y que sé que jamás llegaré a conseguirlo del todo. Yo admiro realmente a toda esa gente que tiene esto del vivir tan por la mano, que siempre están tan seguros de sí mismos, o aparentan muy bien que lo están, y cuyas decisiones son siempre las correctas. Amo a esos jodidos triunfadores, y de no ser porque pienso que casi todo es fachada e impostura, les preguntaría que de dónde sacaron el libro de instrucciones de la vida, que si lo compraron en algún sitio o les venía de serie o qué... porque lo cierto es que a mí me está costando bastante esto de aprender a vivir, y aun a estas alturas no sé si no hago otra cosa que andar dando vueltas en círculos, totalmente perdido.


Quizá es que me cuestiono demasiado las cosas, que todo puede ser más simple que eso si te lo propones seriamente. Puede que sea verdad, o quizá es que duermo demasiado poco y que a consecuencia de ello me paso demasiadas horas conmigo mismo, despierto, limando los bordes de mi cerebro, y de eso termina por salir lo que sale. La verdad es que no sé nada, ni pretendo saberlo. Tal vez algún día, más adelante, dormiré más y mejor, y me sentiré menos solo, y entonces ya no necesitaré sentarme a la orilla del mar a pensar, ni escribir cuentos como el de hoy. O tal vez no cambie nunca, y esta sea la esencia que, buena o mala, me guste o no, habré de respirar hasta el fin de mis días.


En cualquier caso, mientras la ducha y la escritura sigan cumpliendo su cometido, estaré bien...


            								© JIP

1 comentario

adela de otero -

mmmmmmmmmmmm fruición ante el teclado, nada de bloqueo ante la página en blanco, eso es que las reflexiones del sábado anterior fueron fructíferas.
un apunte más: a veces las cosas simplemente son y son así de simples y a esas, no hace falta complicarlas, porque de esas otras -de las complicadas-, ya hay bastantes