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DeMENTES

Cuaderno deMentácora

J... odido Hasta en el Centeno...

"Eso es lo malo. Que no hay forma de dar con un sitio tranquilo porque no existe. Cuando te crees que por fin lo has encontrado, te encuentras con que alguien ha escrito un J... en la pared. De verdad les digo que cuando me muera y me entierren en un cementerio y me pongan encima una lápida que diga Holden Caulfield y los años de mi nacimiento y de mi muerte, debajo alguien escribirá la dichosa palabrita."




J. D. Salinger
El Guardián Entre el Centeno




J. D. Salinger





Lo que en otras palabras, y hablando en oro, es que no importa lo que digas o hagas, porque siempre habrá alguien ahí para tocarte la moral, o lo que es lo mismo, y hablando en plata, que siempre, siempre, siempre, tiene que haber un gilipollas dispuesto a tocarte las cojones...




            								© JIP

¿Tarantino Rebatido?

"La Prueba del Jarro"




Un maestro de espada presentó sus tres hijos a un reputado maestro de armas, a fin de mostrarle su grado de evolución en este arte. Puso un jarro de arcilla en equilibrio sobre una puerta entreabierta y a continuación llamó al más joven de sus hijos. Éste, al abrir la puerta, hizo bascular el jarro que cayó. Pero antes de que se rompiera en el suelo, el muchacho había cogido su espada y decapitado el objeto. El padre, volviéndose hacia el otro maestro, le confió que este hijo no era aún perfecto.


Puso otro jarro sobre la puerta entornada y llamó a su segundo hijo. Éste desenvainó su espada en un abrir y cerrar de ojos y partió el jarro mucho antes de que tocara el suelo.


- Mi segundo hijo ha alcanzado un nivel superior -concluyó el padre.


Repitió la operación con su hijo mayor. En vez de desenfundar su espada, el mayor cogió el jarro al vuelo y lo puso delicadamente sobre el suelo.


El padre dijo:


- Este ha alcanzado el nivel más alto.


El maestro de armas, testigo de las proezas de los tres hijos, colocó el jarro intacto encima de la puerta y llamó a su mejor alumno. Éste, al asomar la cabeza por la abertura, sonrió, divertido, y, mostrando que había comprendido la intención de su maestro, no empujó la puerta.




Cuento Zen
extraído de "El Dedo y la Luna" de Alejandro Jodorowsky





¿Una Mala Alumna?






            						          © JIP

Por sólo 15 francos...


Por 15 miserables francos...






"¡Exacto! No sentimos la menor pasión, ninguno de los dos. Y, por lo que se refiere a ella, hay tan pocas posibilidades de que muestre una chispa e pasión como de que saque un collar de diamantes. Pero ahí están los quince francos y hay que hacer algo al respecto. Es como un estado de guerra: en el momento en que se precipitan los acontecimientos, nadie piensa sino en la paz, en acabar de una vez. Y, sin embargo, nadie tiene valor para deponer las armas, para decir: "Estoy harto... no lo soporto más". No, hay quince francos en algún lugar, que a nadie le importan ya un comino y que, de todos modos, nadie va a conseguir al final, pero son como la cusa primordial, claudicamos ante la situación, seguimos asesinando y asesinando y cuanto más cobardes nos sentimos, más heroicamente nos comportamos, hasta que llega un día en que el fondo se desploma y todos los cañones enmudecen de repente y los camilleros recogen a los héroes mutilados y sangrantes yles prenden emdallas en el pecho. Entonces te queda el resto de tu vida para pensar en los quince francos. No tienes ojos ni brazo ni piernas, pero tienes el consuelo de soñar por el resto de tus días con los quince francos que todo el mundo ha olvidado".




"Trópico de Cáncer"
Henry Miller




Tanta importancia que nos damos siempre, poniéndonos arriba, muy arriba, en lo más alto de la escala de logros y evoluciones, orgullosos, imponentes, radiantes en nuestra autocomplacencia, creyéndonos el centro de todo lo creado... y obviamos negligentes, estúpidos, contumaces, lo absurdo de nuestros motivos para la masacre, lo insoportablemente barato que podemos llegar a vendernos; la facilidad para transformarnos en Matadero...




            								© JIP






Manufactureras de masacre

Matheson vs. Kubrick... ¿Coincidencia?...

"- Ya te arrepentirás -dijo-. Cualquier noche de estas, cuando ese hombre entre con un hacha y nos descuartice.


-Es sólo un pobre hombre que se gana la vida -dije-. Encera pasillos, alimenta la caldera..."



"La Fachada" incluido en "El Tercero a Partir del Sol" (1955)
Richard Matheson





The Shining, Stanley Kubrick, 1980




"El Resplandor" (1980)
Stanley Kubrick




Las coincidencias entre el relato de Matheson y la película de Kubrick -¿y por extensión con la novela de King?- acabaron ahí, afortunadamente, pero la cómplice sonrisa que me asaltó al leer ese fragmento germinó este olvidable post.




            								© JIP

¿Probaste con El Código Da Vinci?... ¡Ese sí es bueno!...

¿Cuántas veces habéis recomendado un libro, una película? ¿Cuántas veces os han recomendado a vosotros proyecciones y lecturas, incluso audiciones? Incontables, ¿no?...


Y cuántas veces os habéis cagado en la madre que parió al fulano que os recomendó ese libro nefando, cuántas veces os han echado en cara el precio de la entrada de aquella película infumable -según tu interpelante- que tan vivamente le instante a ver... Incontables también... ¿o no?...


Un juego peligroso este de erigirse en guía cultural de los que te rodean, habida cuenta, sobre todo, de los tiempos y los gustos que corren...


Yo, por ejemplo, tengo en gran estima haber recomendado directa, o indirectamente, un par de libros que jamás han cosechado la menor crítica, antes al contrario, los más vivos elogios y agradecimientos. Se trata de "Solaris" de Stanislaw Lem, y "Matadero Cinco" de Kurt Vonnegut. Aunque, claro está, quien haya leído estas novelas no podrá decir otra cosa que mi consejo no tiene mérito, que jugaba a caballo ganador, y no se equivocaría...


En cambio, mis esfuerzos por difundir entre mis semejantes la obra de gente como J. G. Ballard, David Cronenberg, o William Burroughs han sido del todo infructuosos. Desde una óptica lo más imparcial posible, tendría que verme obligado a reconocer que es normal, que estos tipos son raros de cojones, y que fueron son y serán siempre un exquisito plato para minorías, pero la verdad es que me repatea los higadillos, desde una perspectiva todo lo subjetiva que queráis, es cierto, que me ninguneen a estos grandes iluminados del arte y la humanidad por venir y, al cabo, como queriendo darme la puntilla, me suelten aquello de "¿Por qué no pruebas con "El Código Da Vinci"?... Ese sí es bueno...", es como para ponerse a repartir hondonadas de hostias, que diría el Manquiña.


Mis resultados con "Blade Runner", mi película fetiche, "Kafka" y William Hope Hogdson han sido ambivalentes, ha habido de todo; sonrisas y malas caras. En el último caso comprendo las negativas, pero en los dos primeros ya me cuesta más. Especialmente sangrante para el aquí suscribiente fue el caso de alguien muy especial que no tuvo el más mínimo reparo en confesarle, entre las más pícaras sonrisas, que la mítica película de Ridley Scott le había parecido un soberano aburrimiento -¡ayyy!


En cuento al apartado de admisiones, he de reconocer que me dejo recomendar poco, quizá por aquello de que me gusta ser el único responsable de mis pequeños tesoros y mis grandes cagadas, así no tengo que pedirle explicaciones a nadie. De todos modos algo ha habido, cómo no, y de entre las más destacadas, traigo aquí a colación que nunca agradeceré lo bastante que me obligaran a leer -no a punta de pistola, pero casi- "El Capitán Salió a Comer y los Marineros Tomaron el Barco" de Bukowski, o una persona de la que ya no sé nada, que apenas pasó de refilón por mi vida, tuviese empero tiempo de recomendarme "De lo Espiritual en el Arte" de Kandinsky, libro que, como ocurrió con el de Bukowski, aunque por distintos motivos, me iluminó sobremanera. En cuanto a las cagadas traídas de mente ajena, basten también un par de ejemplos: "Lo Mejor que le Puede pasar a un Cruasán" de Pablo Tuset y "La Isla" de Aldous Huxley. El primero lo acabé, con asco, pero lo acabé, mientras que el segundo pudo conmigo, me derrotó en toda regla.


Así las cosas, uno se plantea muy seriamente recomendar, y mucho más aceptar recomendaciones, sobre todo teniendo en cuenta lo valioso que a cada uno le parece -supongo- el tiempo de su vida. Yo al menos tengo en mucha estima el mío, y lo cierto es que cuando lo veo echado a perder por culpa de las fallidas recomendaciones de otros, no puedo sino llevarme a mí mismo a los infiernos, ya que al fin y al cabo, el único y último responsable de aceptar dicho consejo no es más que uno mismo. Otra cosa bien distinta, es que, llevado por la hipocresía, haya quien prefiera arruinar sus segundos antes que pintar una mala cara en los rostros de los demás, sean amigos, amistades, o simplemente conocidos... Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra...


Resumiendo, aunque uno se ponga a pensar sobre todas estas cosas, se cuestione moral y culturalmente su responsabilidad sobre qué derecho tiene a poner en los ojos, las mentes y las almas de los demás según qué cosas, siempre acaba uno aunque no quiera influyendo sobre los demás, para bien o para mal, con sus mitomanías y paranoias particulares. Es ley de vida... ¿o no?...


Lo más escalofriante empero puede llegar a ser preguntarse sobre qué derecho tenía, por ejemplo, una antigua amiga a recomendarme la lectura de Cioran, nada menos que con 17 años, cuando ella ni siquiera lo había leído, simplemente porque creía que, habiendo leído alguno de mis primeros poemas, todo ellos negros, fatales -y penosos-, aquel autor tal vez me podría gustar... y más lejos aún, qué responsabilidad tengo yo sobre mi propia configuración del pensamiento desde entonces, cuando, ¿inconsciente?, ¿iluminado?, devoré uno tras otro todos los textos del filósofo rumano que se me pusieron a tiro...


En ningún momento me he arrepentido de haber leído a Cioran en aquel entonces, desde aquella recomendación, pero pienso también que quizá, sólo quizá, me lancé sobre él demasiado pronto...


Y de casos así, supongo, existen tantos, tan diversos y singulares, como alientos...


Una vez abundado sobre los peligros y avatares que se esconden tras el ir por ahí recomendando cultura alegremente, quizá algún día me dé por ilustraros sobre los peligros y las infamias de ir prestando cultura alegre y despreocupadamente, lo que, sin duda, se me antoja muchísimo más grave...


            								© JIP

Soñando Soltar Lastre

En la noche, intentando en vano dormir mientras das una y mil vueltas a las mismas tres o cuatro cosas de siempre, que no por conocidas te tienen menos doblegado, escuchas "Roads", "Sour Times", "Over", "Mysterons", "Half Day Closing", "Glory Box"... Portishead en directo desde el Roseland NYC en 1998, la mirada ensimismada en el silencio, el pensamiento hipnotizado en la negrura, dejándote mecer lentamente por la melodía de luces e instrumentos, vidas y voces, que no existen, que ya no están allí, inmortalizadas en el ámbar platíneo de la grabación digital que se escancia por los auriculares.


Conciliando el sueño y en breve volviendo a despertar, como esos gatos grandes y cansados que cierran los ojos, los abren, los vuelven a cerrar, paulatinamente, hasta caer víctimas del sueño en el sofá, la noche pasa. Y has dormido pero no has dormido. Caen los segundos mientras respiras. Y has dormido pero no has dormido. Desde luego no has soñado. ¿Cuánto hace, te preguntas, de tu último sueño? Uno de verdad… Silencio…


El disco acaba, lo vuelves a poner, una y otra vez; tu soledad te susurra al corazón que necesita el acunar de esa voz esta noche, sobre todo esta, mañana ya se verá…


Todo en la oscuridad de la madrugada parece nuevo, fácil, posible, por pintar. Si pudieras, con el alba, despertarte y cambiar las cosas, o al menos intentarlo, probar a tirar los dados, tratar de volver a coger las riendas de tu vida que tanto tiempo atrás no sabes dónde olvidaste. Si pudieses nuevamente dar con las carreteras y caminos que conducen a instantáneas de ilusión, que te alejan de Ciudad-Condenación. Si tuvieras fuerza, voluntad, garra, coraje de vencedor, podrías tal vez desafiar a este amanecer que se acerca y decir "Buenos días, Tristeza", una vez más, como tantos y tantos días atrás, "Te esperaba"... y entonces cogerla y no soltarla, y doblarla cuidadosamente, como el que dobla ropas de invierno porque siente ya la primavera arderle en el pecho, y guardarte, Tristeza, junto a Melancolía, las dos juntas y calladas, en lo más hondo, oscuro y frío del arcón de tu alma…


Y con ello gritar libre, apretar los dientes, alzar la mirada. Y con ello volver a llorar de nuevo, pero no lágrimas saladas, llorarlas de júbilo y fascinación. Y con ello volver a saber sangre en esas carnes, vida en esos huesos… sentir, como antaño, ¡como nunca!, que hoy, aquí y ahora, tienes unas ganas terribles de levantarte y luchar…


            								© JIP




PortisHead. Roseland NYC Live

Con la "road-movie" en las venas

Desde muy pequeño mi padre me acostumbró a la carretera, lo acompañaba a todas partes ejerciendo labores de copiloto enanoide, y como siempre se saltó a la torera todo aquello de que a los canijos hay que llevarlos detrás, empecé a chupar visión del mundo a través del parabrisas antes incluso de que mi altura fuese la suficiente como para permitirme ver qué carajo pasaba más allá del morro que husmea asfaltos y corta aires.


Lo mejor, empero, llegaba en agosto, cuando veraneábamos en el pequeño pueblo que lo vio nacer, a él, a mi madre, a mi hermana, a casi toda mi familia en suma, excepto a mí, y de ahí, supongo, el que siempre me haya sentido algo similar a un apátrida, que ni de allí ni de aquí, ni de ningún otro lugar he conseguido sentirme, ni lo conseguiré jamás. Eran cerca de 900 Km. de viaje, como en la otra punta de esto que algunos llaman la piel de toro. Salíamos siempre entrada la tarde, principiando la oscuridad, y viajábamos durante toda la noche, deteniéndonos de vez en cuando en gasolineras y bares de carretera para repostar, tomar un tentempié y estirar las piernas. Había cosas que se repetían invariablemente, pese a ínfimos cambios en cada ocasión, como el que mi madre, la pobre, acabase por echar la "pota" antes o después –se marea mucho y mal-, o que mi padre le mentase los muertos a esos camioneros que se empeñaban tozudos en enquistar el tráfico intentando adelantar a otros camiones que iban tan rápidos –o tan lentos- como ellos, o incluso que una vez dejada atrás Talavera de la Reina un servidor acabase por perder la partida contra el sueño –todo y que cada año me prometía aguantar despierto y alerta todo el trayecto-, despertando por lo común ya cerca del lugar de destino, empezando a clarear, teniendo que escuchar de mi padre, más temprano que tarde, la temida cantinela de que “una vez más el copiloto lo había dejado solo ante el peligro”... Pasar cerquita de Zaragoza y de sus luces así como atravesar Madrid en torno a las tres de la madrugada también eran puntos álgidos de unos viajes que suelo recuperar como de lo mejorcito de mi infancia.


Recordando aquellos tiempo ya tan perdidos en la bruma de la desmemoria, cuando tan poco sabía de todo, de la vida, me doy cuenta de lo mucho que marcarían a la postre mi carácter aquellas noches de carretera. Fue mi bautismo a la "road-movie" mucho antes de conocer el concepto mismo, mucho antes también de fascinarme con películas como "Carretera al Infierno", con ese tarado genial, un Rutger Hauer postNexus-6, "París-Texas" o "Hasta el Fin del Mundo", ambas de Wim Wenders, ese alemán tan seductoramente extraño, y, ya más talludito, "Un Mundo Perfecto" de Clint Eastwood, que contiene quizá la mejor definición, por sencilla y hermosa, del vehículo como auténtica Máquina del Tiempo.


Hoy día, cada vez más desengañado en tantos aspectos, me malgano la vida conduciendo coches, y llevo ya en ello más de lo que me gusta reconocer. Esos mismos coches que tanto me fascinaron y que tanto ansié manejar son los mismos que en la actualidad no hago más que maldecir. Este hecho, mal interpretado, podría llegar a arrojar sobre mí un concepto de insidiosa predestinación que me tocaría sobremanera los mismísimos, así que prefiero no pensar demasiado en ello. De todos modos, me guste o no, supongo que tampoco es casual. Lo cierto es que, por aquello de alimentarse uno de sus propias contradicciones, todo y que cada día que pasa más hasta las narices estoy de los coches, de todo lo que los envuelve y todo lo que representan, tanto a nivel inconsciente como del otro, me sigue fascinando horrores conducir, como el primer día, más si cabe, sobre todo de noche y en solitario, viendo los kilómetros abdicar veloces ante tu avance.


Y por eso, de cuando en cuando, me gusta darme algún que otro pequeño baño de "road-movie", como el pasado fin de semana sin ir más lejos, que cogí carretera y manta y me di el piro. Conocer una ciudad y una geografía nuevas era tan solo el pretexto para "el Viaje", ese recorrer asfalto en la nocturnidad silente, que era lo que en realidad necesitaba.


Necesitaba dejarme llevar por la noche y su sinuosidad de oscuras carreteras. Necesitaba rememorar una vez más aquellos tiempos irrecuperables en los que, con ojos grandes de niño chico, contemplaba hipnotizado todo un enjambre de luces maravillosas desfilar a mi alrededor. Necesitaba también pensar, pensar a solas lejos de todo y de todos… poner ese piloto automático mental que sólo se adquiere con los muchos, los demasiados kilómetros a las espaldas, y que te permite deslizar por pavimentos atroces a más de 140 Km./h lo que no es otra cosa que una endiablada máquina de asesinar, como si nada, sin inmutarte lo más mínimo, con el corazón y la cabeza en otros mundos… y una vez en pleno camino… dejar fluir libres mis pensamientos…


Y en esas andaba cuando de repente me asaltó una idea pavorosa, la de que había algo intrínsecamente perverso en todo aquello, porque en un instante tomé consciencia de mí mismo en el interior del coche penetrando la oscuridad, la misma nada, ya que sólo las luces iluminaban el asfalto inmediato otorgándole el rango de realidad ante mis ojos. Y ahí estaban también los demás coches y sus conductores, muy pocos a aquellas horas intempestivas; ellos se me presentaban también como pura inexistencia… apenas poco más que un par de luces rojas si es que, como yo, iban, o blancas si es que por el contrario venían, tal que buques fantasma en mitad de un océano de tinieblas. Imposible imaginar carne ni razón humanas tras aquellos volantes invisibles, eran sólo eléctricas luciérnagas hendiendo la noche; mesmerizantes luces rojas huyendo de mí, raudas luces blancas atravesándome, viniendo en mi busca a cada instante.


Una estilizada metáfora del infierno, pensé, un mórbido símil de la vida misma, que tal vez son lo mismo, porque todo semejaba un eterno tránsito hacia una nada ignota, ubicua pero al tiempo inexistente; pura paradoja. El mundo se desvelaba ante mí a medida que avanzaba. No podía hacer previsiones de futuro, no sabía lo cerrada que podría presentárseme la siguiente curva, y asimismo todo lo que dejaba a tras, todo lo recorrido, volvía a desaparecer en la negrura de la que surgió… y del paso de mi carne y mi pensamiento no quedó huella ni memoria. Un tránsito dominado por el rojo, el de las luces de posición y de frenado; rojo de sangre, de herida, de muerte, de rabia y postración, porque el blanco de la luz, de la ilusión y la esperanza, estaba siempre del otro lado, en los faros de los demás, aquellos que se dirigían a lugares desconocidos que, en consecuencia, jamás sería consciente de visitar. Talmente como si la vida fuese siempre cosa de los otros mientras sientes el infierno tu impuesta causa, como si tuvieses la certeza de que tu única posibilidad de camino es, como el de tantos otros en tu singladura, el rojo circular hacia la inexistencia.


He ahí la trampa de la vida, me dije, porque yo a mi vez soy también luz blanca para los que vienen, quienes a su vez no ven sino luces rojas en su futuro, y así sucede que creyendo todos que son los demás los que viven, acaba por no hacerlo nadie. Conduciendo a ciegas en la nada de la noche, suponiendo que sabemos dónde vamos, teniendo en mente un placebo de destino, mas presintiendo en realidad que estamos tan perdidos como siempre, y que transcurridos los años, los kilómetros, y tantas luces rojas y blancas yendo y viniendo en nuestro torno, sabemos de esto de la vida poco más o menos lo mismo que sabíamos de niños, cuando nuestros ojos eran tan grandes que todo parecían poderlo absorber, y eran otros, los mayores, los que conducían de noche y los ojos se les achinaban extrañamente de tanto sentirlos deslumbrados por los inmisericordes faros de la duda…


Aun así, pese a pensamientos como este, el viaje al fin de la noche sigue valiéndome la pena, quizá precisamente por pensamientos como este, que me sacuden de encima la modorra y el adocenamiento convirtiendo una de mis madrugadas, de ordinario dominadas por el insomnio o el sueño frágil, en preciosos momentos de zozobra, esa misma que le empuja a uno a buscar sentidos y júbilos en la nada, que lo llama a luchar por que la oscuridad no ensombrezca sus instantes…


            								© JIP




¿Metáfora del Infierno, Símil de la Vida?

Sueños rotos

En la vida que te dibujaron de crío nadie dijo palabra sobre jefecillos y jerarcas ineptos, individuos frustrados incapaces de regir sus vidas y, sin embargo, aficionados a gobernar la existencia de los demás a cambio de un sueldo, una ley o una prerrogativa. Tampoco había atentados financiados por el Estado ni terroristas asesinos de niños, vengadores suicidas impregnados de odio y egoismo, idiotas amarrados a un cinturón explosivo que reivindican su particular modo de entender la justicia exterminando vidas ajenas...


Tampoco te hablaron de esa tierra maldita donde las bestias se visten de uniforme y los políticos se contratan a golpe de talonario a cambio de un pastel con aroma de petróleo, ni de ese superior impertinente que habiendo accedido a su puesto por razones familiares, se pasa la mitad de la mañana aireando su estupidez congénita por todos los rincones de la oficina, ni de este dolor de cabeza que no recuerdas haber merecido...


Y en la cola de la oficina de empleo añoras el mismo trabajo que a otro representó su perdición... Y en el banco le lames el culo a un mediocre cajero para que te deje empeñar el resto de tu vida pagando una letra abusiva... Y le ríes el chiste al constructor cuando bromea acerca de lo que “ganó” con la última inflación del suelo... Y, ay, ese jubilado te cuenta que le robaron la cartera las hadas de la esperanza y tu sólo te preocupas de coger a tiempo el autobús...


Y te cuesta comprender por qué tu edad adulta se ha dejado empobrecer por una democracia fingida donde las inmobiliarias deciden los resultados de las elecciones, donde se canjean anhelos por duelos, donde las televisiones promueven la lobotimazación colectiva y los medios de comunicación se venden al mejor postor, donde el tren pasa de largo y el correo no llega, donde las playas se cubren de cemento y hormigón y los bosques se ahogan en llamas revalorizando el terreno que una vez pisaron...


Junto al nido derribado de una ave africana se levantan las expectativas de una multinacional que se nutre de unos cuantos ilegales para levantar sus cimientos, junto a un pueblo anegado de invierno e invernaderos, en un país donde los derechos tienen nombre de nacionalidades y la libertad sólo existe en la ficción...


Y, sin embargo, nunca dejaste de pensar que aún tienes un lugar en este mundo inapelable, un sitio donde poder publicar las sandeces que vomita tu intelecto, una casa propia donde posar tus huesos frustrados, un trabajo al servicio de la misma humanidad que hoy te desprecia... Un hueco escarbado en el fango donde poder posar tus letras negras sobre fondo blanco para confirmarte, definitivamente, como el más DeMente de este mundo de orates...


                                       © J. P. Bango				
			

"Pedazo" de Cabrón

Te despiertas pronto, casi una hora antes de lo convenido con la alarma del despertador, y automáticamente tienes la sensación de que querrías dormir más, mucho más, pero tampoco puedes quejarte, no ha sido una mala noche, sobre todo teniendo en cuenta las precedentes.


Te arrastras hasta el baño con el piloto automático puesto, y una vez allí haces lo que tienes que hacer dejándote lo que te tienes que dejar. Luego te ahogas la cara en agua helada a ver si así consigues de una vez regresar al mundo de los vivos. Te miras al espejo. "Necesito afeitarme", te dices, "urgentemente", pero no lo vas a hacer, pasas de ello, que le den a la barba y a la cuchilla, que le den también al espejo... yo sólo quisiera estar durmiendo...


Y luego, en la cocina, tu talón de Aquiles por excelencia, decides que vas a pasar también del desayuno, del café horrible y de las tostadas integrales con su ración extra de pringue en mantequilla y mermelada de fresa, esas mismas que te dejan el suelo perdido cuando a Murphy le da por tocarte las pelotas y tú andas todavía soñando dormir. De modo que coges tus bártulos y tu manojo de llaves y abandonas tu hogar, silencioso hogar, cerrando la puerta tras de ti, confirmando que el día de hoy empieza justo ahora.


Sales a la calle y te encaminas hacia el coche, o lo que queda de él después de quince años de lamer el mundo a base de rueda gastada, soportar tus esquizofrenias de zapatilla, y encajar a golpes y arañazos la ineptitud de tantos y tantos alelados al volante. Todavía sirve a su cometido, con orgullo y mala leche concentrada, como esos tipos duros que nunca mueren con las botas puestas porque te las tiraron a la cara en un final intento de llevarte consigo al otro barrio. Capto alguna que otra mirada furtiva. Quizá es porque soy una rostro nuevo a estas horas de la mañana, o quizá es que llevo algo del revés en la indumentaria... ¡Qué es lo que mira tanto señora!... yo todavía estoy durmiendo, sabe...


Al poco llegas el curro y la mayoría están ya dale que te pego, de aquí para allá con el alma pegada al ombligo, deprisa, deprisa, no sea que se te caiga en un descuido y no te des cuenta, y después no la encuentres, y la gente te llame "desalmado" por el resto de tus días... En una palabra... "jodidos"... Tú también vas a estar así dentro de nada, concretamente dentro de poco más de media hora, pero ahora mismo eres libre y una sonrisa traviesa ilumina tu mirada. Así que te vas a la máquina de café, treinta céntimos a cambio del placebo de felicidad que simboliza tomarte ese "aguachirle" asqueroso aquí sentado, tranquilamente, sintiendo caer los segundos, mientras contemplas a los demás correr de un lado al otro, dejándose el alma, las costillas y véte tú a saber qué más... En ese instante decides que tal vez reincidas más en esto de venirte un poco antes a pasear tu media hora de libertad...


Y mientras piensas eso el café se escancia garganta abajo y la mente comienza a desperezarse, se siente cada vez más ágil, ¿podría escribir sobre este momento?... y justo cuando empiezas a maquinar líneas y perfilar párrafos aparece el nuevo, el novato, el pobre diablo al que he de iniciar en los caminos de este trabajo demencial al que ya he dedicado dos años de mi vida. Lo típico, primer día, llegar pronto, sanas intenciones, causar buena impresión, media sonrisa, "Buenos días", duda, inquietud, zozobra... "Buenos días"... todo eso me suena, a visto, a oído, y por supuesto a vivido, pero muy lejos, como en la vida de otro. Me cuesta horrores disimular mi disgusto, "¡me acabas de joder el café, chaval!", pero me callo, no me gusta ser tan hijodeperra a las ocho y media de la mañana...


Yo voy a ser lo más parecido a su padre esta mañana, los días que vendrán, y lo sabe, así que se queda ahí, vacilante, mirando el suelo, el cielo, la nada, todo menos a mí... me pregunto si habrá leído la "Carta al Padre" de Kafka, si sospecha mínimamente lo que se le viene encima... Definitivamente se fastidió el café y se arruinó ver currar a los demás aquí sentado, tan pancho, y por supuestísimo al carajo también cualquier pensamiento dulce que pudiese caer en mi mente producto de la soledad contemplativa... Así que estoy jodido, del todo, hasta el fondo, y media hora antes de lo que tocaba... ¡Eso me pasa por madrugar!


Me gustaría poder decirle que no lo haga, que se lo replantee seriamente, que todavía está a tiempo de volver a casa, a la cama, huír de este infierno y rehacer su vida. Me gustaría poder decirle que si dadas las nueve de la mañana decide acompañarme allá adentro entonces habrá rebasado el punto límite y ya no habría vuelta atrás. Decirle que yo fui exactamente él dos años atrás y opté, pobre infeliz, por cruzar la puerta y condenarme, y aquí me tienes, obsérvame bien, ¡así te quieres!, ¡esto es lo que quieres hacer de ti!... Hay guerras mucho mejores por las que entregar la vida, tío...


Pero en lugar de eso lo que le digo es que bienvenido, que tranquilo, que este trabajo no mata, que tal, que cuál y que Pascual... todo un montón de mierda infumable que a buen seguro debe estar matando algo en mis entrañas... ¡¿Y por qué lo haces entonces?!... Buena pregunta... y la verdad es que sólo se me ocurre decir que esto es la guerra y que las guerras, aunque nunca se ganan, tampoco se pierden a solas... y que como en toda guerra los hay que son veteranos, que tienen ya en la cara la mirada de los mil metros, como yo sin ir más lejos, y los hay que son novatos, "carne de cañón", mortajas andantes como aquí el menda... Y pienso también en los dos años que llevo aquí dando el callo, dejándome la piel y las neuronas, asesinando mis horas, y que hoy, precisamente esta mañana, no tengo ganas de hacer absolutamente nada, que tengo en más estima mi tiempo de lo que lo he tenido jamás, y que quisiera verdaderamente estar en cualquier otro lugar de la faz de la tierra excepto en este -mi cama a ser posible, gracias-... e invariablemente esos pensamientos me llevan a esos otros en los que imagino la cantidad de trabajo que aquí al nuevo compañero le van a echar a las espaldas y que, de no estar él, automáticamente tendría que hacer un servidor... y entonces el duendecillo malo se te aparece, el Hyde más ruín y reprobable se te presenta y te unta la moral y la entereza de bilis negra, viscosa... y entonces vuelves a sonreír travieso, más travieso que nunca, y el pobre chaval al que acabas de condenar pone cara como de preguntarse si debe ir con él la broma...


Miras el reloj, son casi las nueve, la Hora H, comienza la fiesta, el bombardeo, la sangría... y yo, como buen Capitán veterano con la mirada de los mil metros en el rostro, acompaño amablemente a mis nuevas hordas hacia la batalla, igualito que Drácula acompañaba a Harker a sus aposentos, amable, sonriente, maquiavélico. No sé si recordais un fotograma de "La Chaqueta Metálica" de Kubrick, los actores observan a la cámara en círculo y en contrapicado, bueno en realidad observan el plano subjetivo del que se supone es un compañero muerto, o moribundo -que para el caso es lo mismo-, y todos van diciendo un montón de chorradas trascendetaloides y supuestamente profundas acerca de la vida, la muerte, el valor, y maldita la suerte que nos puso aquí... hasta que llega el "sordo", ese al que todos llaman "Pedazo de Animal" y que es una auténtica máquina de matar, y mirando al fiambre suelta la gran y única verdad: "Mejor tú que yo..."


Así de simple y así de certero... como la bala de un francotirador traicionero que acaba contigo antes de que su estallido llegue a tus oídos muertos... y es que, lo creamos o no, en toda alma que se pega al ombligo con las prisas para no perderse en el abismo hay también un gran pedazo de cabrón viéndolas venir, esperando su momento, atisbando los próximos mil metros por si hay que mandar a algún novato a averiguar si esto que pisamos es o no un maldito campo de minas...


Quién sabe... Tal vez si hubiese dormido un poco más me habría levantado menos cabrón y todo habría sido distinto... pero ahora son las nueve y toca joderse, todos, del primero al último... y el primero que muerda el polvo que se dé por bien librado... pero si eres tú, mucho mejor que si soy yo... eso por descontado... y que conste que no es nada personal...


            								© JIP




Un Pedazo de Cabrón con la Mirada de los Mil Metros...

Mi despertar

De la cama al baño. Y vuelta. Si hubiera abierto los ojos hubiera visto el calzado que había dejado en medio de mi habitación unas horas antes. Pero no abrí los ojos. Tropezón. Me cagué en todos los muertos de mis zapatillas. Nada nuevo. Se supone que ya están acostumbradas a mis desaires así que no las perdí perdón y hasta mañana, al menos, no lo haré. No me arrepiento. Me estoy volviendo un tipo duro, ya veis...


Bajo las escaleras. Abro los ojos. Maldita luz. Cierro los ojos... Pienso: odio madrugar. Planifico: el domingo me vengaré del madrugón. Diablos. Qué lejos queda el domingo, ¿verdad? Uno, dos, tres cucharillas de azúcar y descafeinado. Reflexiono: ¿por qué dejé el café? Declaro todos los lunes como “día oficial de la no reflexión”. Un sorbo, dos sorbos, un vistazo al reloj, tercer sorbo, me siento incómodo, cuarto sorbo, quinto sorbo, la radio me recuerda la hora, sexto sorbo, estoy incómodo, sí, séptimo sorbo y fin. Odio que se me quede el azúcar al final del vaso: no sólo pierdo parte del azúcar invertido en el desayuno sino que además me rechina los dientes.


Sigo incómodo pero, por lo menos, he acostumbrado a los ojos a admitir la luz. Veo con claridad. Un perro defecando junto al coche. Ya he salido. Una vecina gimoteando... Hace calor. Una figura se acerca a un coche y ve su reflejo en el espejo; se sigue sintiendo incómoda. ¡Me he puesto la camiseta al revés! Vuelvo a casa. “¿Estás bien?”. Podía estar mejor. Siempre se puede estar mejor pero no me quejo. Vivo. Respiro. Apenas siento dolor. La camiseta está en su sitio.


El trabajo. Tengo suerte de vivir cerca del trabajo. Llego hasta él sin atender al coche, el asfalto sólo es una línea negra que utilizan los demás para pasar de largo. Tras el tercer coche cruzo la carretera caminando, con desgana. Estoy de vuelta. Cara de asco. Caras de asco. Es lunes. Los lunes justifican cualquier tipología de cara pero la de asco lo da sentido. En la radio el locutor reza la hora. A la media hora otra señal y a la otra, otra. Una hora y comienzo a sentir dolor. No es nada que no sospechase. Es más, ni siquiera me sorprende. El dolor es parte de mi rutina. Es lunes y tengo sueño. Han pasado cinco meses y todo parece estar en su sitio. Si posara otro papel sobre la mesa se hundiría. Lo haría si no tuviera que recogerlos después... En la ventana, le canta un jilguero a su hembra una canción de amor mientras revolotea a su alrededor expandiendo por el aire y ante sus ojos, los colores seductores de su plumaje. La pájara le ignora... Será porque es lunes.


Cinco meses. Cómo pasa el tiempo, ¿verdad? Es duro reencontrarse con la realidad cuando la realidad te desprecia. Pero me siento bien. A pesar del dolor y la rutina y el desprecio. Me siento vivo, vivo porque me duele. Lo siento. Soy feliz reencontrándome con mi vida “normal”. Si tuviera un pañuelo me enjugaría estas lágrimas.


Las once y media. Las doce. Esta mañana de mierda va pasando. La siesta será una solución ciertamente reparadora. Al menos, hasta que llegue la tarde y la rutina vuelva a empezar. Hoy. Mañana. ¿Siempre?




                                     © J. P. Bango				
			

Ventanas de Luz

Recuerdo mi único año en la Facultad de Psicología, a mis tiernos 19 años, cuando creía que el periodo de lo posible coincidía con mis sueños. Tardé poco menos de tres meses en decidir que abandonaría la carrera aquel mismo año, lo vi claro, y la verdad es que me alegro, porque de haber avanzado más en aquellos estudios, probablemente habría llegado un punto en que hubiese creído padecer todos y cada uno de los desórdenes psíquicos y emocionales que se me fuesen enseñando…


Pero no necesité tanto tiempo para asumir mi error, me bastó con tomar conciencia cierto día de la cantidad de tiempo y prácticas que le estábamos dedicando al estudio físico del ojo humano, ya sabéis, todo aquel rollo de la retina, el nervio óptico, los bastones y los conos, y bla, bla, bla... ¡Yo no había ido allí para convertirme en un maldito oculista! Así que desde aquello dediqué por entero mis esfuerzos a petarme una clase tras otra, leer muchos libros, y escribir algún que otro cuento penoso.


¿Habéis buscado la palabra "ojo" en el diccionario, en una enciclopedia…? Siempre es lo mismo, como en la Facultad, que si nervio óptico por aquí, que si bastones, que si pupila, que si patatim, que si patatam... el típico esquema del globo ocular y el nervio que llega hasta el cerebro, y poco más. Todo muy frío, el ojo desde dentro, el ojo desde fuera, cómo funciona, por qué deja de hacerlo… cómo intentar revivirlo una vez ha muerto… pero nada de mirarlo de frente, tal que en un duelo, precisamente la mejor manera que hay de CONOCER, y siempre en singular… el ojo... como si no fuesen en pareja, como si todos fuésemos jodidos piratas Barbanegra, como si la mirada que todo lo dice no fuese la suma de dos ojos que contemplan, parpadean, duermen o lloran.


Contemplad un par de ojos fijamente, los vuestros ante el espejo, o los de cualquier otro si os deja y hay confianza. Allí está todo, todas las respuestas, algunas inteligibles, otras, las más, escritas en una lengua indescifrable a la razón pero asequible a los susurros del sentir.


Ojos, espejos, océanos cristalinos de pasión, duda, miedo y fervor, para todos los gustos… Miradas de infinito, de abismo, de locura, cómplices, tristes, vivaces, melancólicas, líquidas como hilos de agua en deshielo peinando la piedra pulida en su bajada.


La gente tiene miedo a mirar, a ser mirado, tantos y tantos van con la cabeza gacha vigilando el suelo no sea que se escape, soslayando las retinas ajenas… Paseas por la calle y alguien te mira fijamente, un desconocido, cualquiera, y no sabes por qué lo hace, ni qué pretende, pero te sientes agredido, como si hubiesen ultrajado tus entrañas, porque sabes, o crees, o presientes, que los ojos son una puerta directa al fondo de tu corazón.


Por eso cuando a veces me preguntan cuál es mi película favorita la respuesta es siempre la misma, seca y directa, "Blade Runner", supongo que muchos ya lo sabíais… ¿Por qué?... simple, porque es una película de ojos y de miradas, de retinas y de pupilas, y de ciegos visionarios. Recordáis el ojo inicial y las llamas de Los Ángeles 2019 reflejándose en él; el test de retina "Voight-Kampff" que revelaba la ausencia de empatía en los replicantes; a Roy Batty asesinando a su padre, hundiendo sus pulgares en las cuencas de los ojos de su creador; a Daryl Hannah, alias Pris, pintándose los ojos de negro con aerógrafo, como presintiendo que muy pronto se los iban a cerrar para siempre… Y podría seguir y seguir mentando ojos, describiendo miradas, perfilando vidas, hasta el infinito, ese mismo que tan bien se refleja en una pupila y un iris que ama, o teme, o tiembla de ilusión.



Blade Runner... una Película de Ojos Mirar...




Como un cajón de sastre en el que todo cabe y todo encuentra su sitio, las miradas… verdes, azules, marrones, grises… son las ventanas a nuestros abismos, también las puertas a todo lo divino que poseemos, y, por supuesto, las respuesta a todos los interrogantes… siendo quizá nuestra mente todavía adolescente la que no alcanza a desencriptar todo lo que una mirada directa, cercana, sincera, puede ofrecer… y de esto los psicólogos poco o nada quieren entender todavía…


            								© JIP

News in the Morning

Lo cierto es aquí a un servidor la suspensión de la incredulidad en la ficción le gusta con ciertas limitaciones, sobre todo si no estamos hablando de géneros como el terror, la fantasía, la ciencia ficción, o el pornete trotón. De modo que si tú eres director de cine, por poner un ejemplo, y pretendes hacerme creer que un tipo cachas con rostro de palo es capaz de esquivar mil y un proyectiles adoptando las posturas más inverosímiles y sirviéndose de los Deus Ex Machina más absurdos, por lo general, terminaré por cagarme en tu sombra y en la del idiota que te dio el dinero para perpetrar tamaña majadería. En este sentido, por ejemplo, el "modelno" cine de acción y aventuras, toda la saga Bond en general, y el inefable John Woo en particular, me repatean sobremanera lo que no suena...


Pero claro, de repente una mañana, como la de hoy sin ir más lejos, te da por encender el televisor y echarle una ojeada a las noticias. Llevaba la tira de tiempo sin "videar" la caja tonta y todo eso que mi equilibrio mental agradecía, pero todo se va al garete cuando te enteras de que allí en Irak, donde los valerosos soldados yankis se dejan el pellejo para que aquí el carburante siga subiendo, se pueden derribar aviones espía a tiro de Kalashnikov, o que, también, si te da la gana, puedes entrar en un museo a punta de pistola y llevarte "EL Grito" de Munch a cuestas, cargarlo en tu utilitario particular, y ala, carretera y manta...


Y entonces tomas conciencia del sinsentido de todo, de la cara de gilipollas que se te ha quedado, taza de café oscilando en mano, mientras piensas, "Mierda... qué leches pasó aquí mientras estuve fuera..." Y lo que pasó, supongo, fue que al fin John Woo, el inefable, y sus acólitos consiguieron crear escuela, y ahora todo lo imposible no es sólo posible sino asquerosamente probable.


Y todas aquellas maravillosas pelis bélicas en las que nada de lo que disparases desde tierra podía contra el Messerschmit asesino en rasante vuelo contra tu alma se van a la mierda; y aquellos entrañables films de ladrones de guante blanco que se ingeniaban mil y un planes exquisitos, elegantes, pirotécnicos, para robar esto o aquello, con estilo, con caché, se van también al cuerno... Sí, todos justo allí, en el lodo donde también se quedó mi jodida suspensión de la incredulidad... ¿la vuestra no?...


Y entonces miras a tu alrededor y piensas, bueno, y los cambios cuándo llegan hasta aquí... y aguardas en silencio, el café ya frío en tu tazón oscilante, diez segundos, no más, porque después lo que quieres hacer rápidamente es apagar ese cacharro infernal y no volver a encenderlo hasta que este mundo loco y cabrón haya dado otra vuelta de tuerca, quizá la final, y los ríos de fango hayan vuelto a su cauce de sucia tierra... Habrán pasado entonces unos meses, puede que años, y tú tendrás más canas y estarás un poco más de vuelta de todo, pero al menos lo imposible volverá a serlo, y el planeta parecerá de nuevo el sumidero que recordabas... aquel que tan bien te acogía haciéndote sentir tan... ¿apestosamente humano?...


Pero bueno, eso lo piensas, no lo haces, porque has decidido que no vas a apagar el televisor, que tú también quieres tu ración de imposibles hechos carne y sangre, y que te vas a quedar ahí esperando lo que haga falta, hasta que te toque el turno de mandar a paseo la suspensión de incredulidad por un día y sonreír... porque tu casa, el mundo, la vida, están del revés y el período de lo posible vuelve a abrirte sus puertas... todavía no sientes rotos todos tus huesos...


Y la pantalla te observa, y tú aguardas, el tiempo pasa, los segundos caen, la eternidad se acerca... pero sigues pensando lo que que Kris en Solaris... que el tiempo de los milagros todavía no ha terminado para ti...


            								© JIP

Males cotidianos

Una sesión continua de toda la filmografía de Renee Zelwegger; una cena de acción de gracias con George Bush. Jr, a tu lado, bendiciendo la mesa…; una tarta salada sin guinda ni substancia…; una partida de póker sin suerte ni dinero; un película de Antonioni con sueño; unos juegos olímpicos sin medallas…


Dormir en un saco cerrado junto a una gata en celo; fallar un penalti en el último minuto; acertar “de penalti” antes de tiempo; tener como vecinos a miembros de una comuna concupiscente y una casa con tabiques de papel; asistir a una reunión de negocios con tipos del “opus dei”; salir con picores del último prostíbulo; venerar a deidades que no saben ni que existes…


Sentir frío en verano; dejarte caer desde la cama; creer que lo que dicen los políticos es cierto; votar, de todos modos, después; madrugar más que tu jefe; ser consciente de que el trabajo perjudica seriamente la salud y no tener arrestos para encarar esa situación; satisfacer tus debilidades con adicciones; vender tu dignidad a cambio de tiempo perdido y un jardín para regar…


Sufrir por los demás sólo hasta que apagas la televisión; creerte el centro del universo; decir que sí cuando quieres decir que no; decir que no cuando deseas gritar que ¡sí!; llorar lágrimas invisibles; vivir muriendo sin saberlo; saberlo y no hacer nada para evitarlo; evitarlo sólo en sueños; soñar más de lo debido...


Sin embargo, sólo alguna de estas cosas son peor que un dolor de muelas…


¡Unas tenazas, please!


                                  © J.P.Bango				
			

Un día como el de hoy...

Domingo. Me despierto a eso de las siete y poco y sé que ya no voy a poder dormir más. En eso sí me conozco. Han sido apenas cinco horas de sueño ligero y malo, de dar vueltas y no saber dónde narices meterme. Me levanto, no se escucha nada. En mi edificio todos duermen menos yo, incluso el silencio. Me duele un poco el costado.


Una buena y larga ducha me ayuda, rompe el silencio en mis oídos, el agua tibia reblandece mis pensamientos, les pule el anquilosamiento que les produje a lo largo de toda la tarde y parte de la noche pasada, a base de repasarlos una y otra vez, apalearlos, bombardearlos con mis dudas y mis inquietudes. No es que con el agua cayendo sobre tu cabeza se vea todo algo más claro, pero al menos si te sientes más liviano, como cuando te afeitas después de una semana... miras al espejo y sigues siendo tú, el de siempre, pero con una pinta algo mejor de la que esperabas. Me gustaría quedarme allí un buen rato más pero en un instante he decidido que necesito irme, salir de casa, y es lo que hago.


Cojo el coche y me voy a Tarragona, a la playa, todavía es pronto y con suerte no habrá mucha gente. Cuando llego sólo hay unos pocos bañistas valientes y yo me alejo lo más posible de cualquiera de ellos. Me siento en la arena, no demasiado lejos del agua, sólo lo justo para no tener que salir de allí empapado... y me dejo llevar.


No tengo ganas de pensar en nada, eso ya lo hice ayer demasiado y no sirvió de nada, o tal vez sí, o tal vez nunca sirve, pero ahora sólo quiero estar allí un rato, mirando el mar, a distancia de mí mismo, al menos hasta que el sol empiece a dar caña o la gente paseando sus carnes a mi alrededor sea más de la soportable.


Pasa un buen rato, no sé cuánto, y no sé a través de qué asociación llego a las olas, que me llaman, y un puente. Hacía tiempo que yo quería escribir algo sobre un puente, pero hasta ahora no había sido más que uno de tantos apuntes colgados ahí, en mi cabeza, como anzuelos espectantes. Y de repente ya lo tenía, ¡había picado uno! Tenía un puente, tenía las aguas que vienen y van, siempre cíclicas, y tenía mi propio estado de ánimo, que visto lo visto, lo habréis comprobado, no era demasiado bueno. Poco a poco todo fue tomando forma y estructura en mi cabeza, cogiendo su sitio, y no tardé mucho en darle un armazón más o menos consistente. Creo que en esos momentos son los únicos en los que mi cabeza sí sabe exactamente lo que tiene que hacer. En pocos minutos la tuve, a buen recaudo en mi memoria. Ya sólo faltaba lo peor, que es escribirla, pero eso es algo que habría de hacer en casa, y a eso me puse. Dejé la playa, empezaba a haber más bañistas de los que podía encajar.


Llego a casa y me pongo ante el teclado y todo comienza a fluir. Es sorprendente porque yo no funciono bien con el teclado, lo mío es el papel, pero de todos modos siento que soy capaz de seguir, que la cosa toma buen cuerpo. Así que sigo escribiendo a la espera de encontrarme con el típico bloqueo que me frene y tenga el relato en el dique seco durante días, semanas, quizá para siempre. Pero al cabo de poco más de una hora lo he terminado y no me lo puedo creer. Se titula "El Tiempo del Sueño" y si queréis lo podéis leer en mi blog, TannHäuser... juzgad qué os parece...


Bukowski dijo que la escritura sólo sirve en tanto en cuanto salva tu pellejo, y pienso que hay mucho de verdad en ello. A mí no sé si me lo salva o me lo deja de salvar, de comer sí no que no me da, pero al menos me mantiene en el umbral de la cordura, lo que no es poco. La verdad es que no es un cuento agradable, incluso contiene una idea horrible, una de las más horribles que quizás he llegado a plasmar por escrito, pero mientras la escribía sentía que tenía validez en mi pensamiento, en mi ser y estar en aquel instante, y ahora está allí, fijada en mis palabras.


A la mayoría de gente no le gusta que les cuentes cosas tristes, cosas terribles o melancólicas, y la verdad es que ese es el terreno en el que yo me suelo mover mejor, quizá porque siempre he sido algo triste y melancólico. Ha habido gente, amigos que son, amigos que fueron, que habiendo leído cosas mías, me preguntaban por qué escribía acerca de todo aquello, quizá pensando que yo debía ser un tipo que se pasa las 24 horas del día, los 365 días del año, deprimido... como si no fuese otra cosa que postración. Yo siempre contesto a eso que es lo que hay en mi cabeza en ese momento, no creo tener por qué justificarme más.


Porque al fin y al cabo la escritura es una forma de desahogo, una vía de escape a tantas y tantas cosas que te hacen la vida imposible. Uno escribe para exorcizar sus demonios y fantasmas, y mucha de mi literatura surge de y por la soledad, y con esto no me estoy refiriendo a no tener a nadie, personas, amigos con los que charlar, divertirse, compartir dichas y pesares, sino, antes bien, me refiero a la soledad que supone enfrentarte contigo mismo, con al abismo de todo lo que eres y lo que pretendes ser... Y lo peor de todo es que cada vez que te enfrentas a ti mismo siempre te sorprendes, nunca sabes bien a qué atenerte, conoces cosas nuevas, y no necesariamente buenas...


Por eso escribir es una forma de conocerme todo y que sé que jamás llegaré a conseguirlo del todo. Yo admiro realmente a toda esa gente que tiene esto del vivir tan por la mano, que siempre están tan seguros de sí mismos, o aparentan muy bien que lo están, y cuyas decisiones son siempre las correctas. Amo a esos jodidos triunfadores, y de no ser porque pienso que casi todo es fachada e impostura, les preguntaría que de dónde sacaron el libro de instrucciones de la vida, que si lo compraron en algún sitio o les venía de serie o qué... porque lo cierto es que a mí me está costando bastante esto de aprender a vivir, y aun a estas alturas no sé si no hago otra cosa que andar dando vueltas en círculos, totalmente perdido.


Quizá es que me cuestiono demasiado las cosas, que todo puede ser más simple que eso si te lo propones seriamente. Puede que sea verdad, o quizá es que duermo demasiado poco y que a consecuencia de ello me paso demasiadas horas conmigo mismo, despierto, limando los bordes de mi cerebro, y de eso termina por salir lo que sale. La verdad es que no sé nada, ni pretendo saberlo. Tal vez algún día, más adelante, dormiré más y mejor, y me sentiré menos solo, y entonces ya no necesitaré sentarme a la orilla del mar a pensar, ni escribir cuentos como el de hoy. O tal vez no cambie nunca, y esta sea la esencia que, buena o mala, me guste o no, habré de respirar hasta el fin de mis días.


En cualquier caso, mientras la ducha y la escritura sigan cumpliendo su cometido, estaré bien...


            								© JIP

Incubando las Tinieblas

Tengo un amigo, últimamente también compañero de trabajo -¡viva el enchufe y el coleguismo!-, que de tanto en tanto llega por la mañana y me suelta “Hoy me encuentro psicopático”, tal que así… Como psicólogo en ciernes sé que lo suyo es deformación profesional, pero creo saber más o menos qué es sentirse así, más que nada porque estos últimos días también yo ando con el psicopático subido.


Hay quien diría que se siente inquieto, desazonado, puede incluso que angustiado, pero si te atreves a escarbar un poco más en la llaga de tus aprensiones puedes llegar a sacar mucha más mierda de la que imaginas. Recordáis al Hombre Lobo Americano en Londres, justo antes de la primera transformación lobuna… el pobre hombre llevaba toda la tarde que se subía por las paredes, nervioso, atribulado, sin saber qué demonios hacer con sus manos y sus pensamientos. Hasta cierto punto es comprensible; el tío andaba enamoradillo de la guapa enfermera que le había lamido las heridas, y su mejor amigo lo visitaba de vez en cuando, todo él hecho un guiñapo de muerto viviente cada vez más putrefacto, para pedirle por favor que tuviera a bien suicidarse, que sería lo mejor para todos, para los muertos y para los vivos, porque a no tardar, justo con la siguiente luna llena, iba a convertirse en un bicho con muy malas pulgas. De modo que, ante este panorama, ante tan ambivalentes expectativas, medio enamorado, medio alucinado y medio cagado de miedo, era normal que el tipo anduviese sin ganas de nada, ni de leer, ni de comer, ni de estarse quieto ¡leches!... hecho un manojo de nervios a punto de rebasar el punto límite.


Y el punto límite, amigos, es algo que siempre acaba llegando, pregúntenselo si no al cachondo de Murphy... sí, el de la tostada. En el caso de nuestro licántropo personajillo, el punto límite fue el primer rayo de luna llena filtrándose a través de la ventana, y a partir de entonces todo fue un rápido convertírsele los sudores, los picores y las calenturas en bello negro, látex hinchado y temibles fauces de mala bestia. ¡Rick Baker se lo curró, la verdad!...Y, bueno, en otros casos más mundanos, el de mi amigo por ejemplo, el de vosotros, el de cualquiera, incluido por supuesto el mío, el punto límite puede esconderse allá donde menos lo esperes. El acontecer diario de uno está plagado de potenciales puntos límite, abismos insondables sobre los que dejar planear la sombra malvada que todos llevamos adherida al corazón y las espaldas, cual buitre carroñero y parásito.



Rebasando el Punto Límite...




Se pasa uno el día, la semana, la puñetera vida entera batallando con sus sentimientos de vida, sus impresiones de muerte, con las dichosas pulsiones de Eros y Tanathos, de aquel otro gran deMente, un tal Freud, pero casi siempre a un nivel inconsciente, o sea, tú en realidad crees que vives, que amas, que sueñas, te trabajas un modo de vida en la confianza de que todo no se reduce a una absurda impostura… pero nada sabes de las terribles contiendas, maniqueas y bestiales, que se libran en el fondo de tu psique, hasta que de repente un día salen a flote, asaltan tu mente despierta, y entonces sientes lagunas negras en la cabeza, que las tinieblas están tan cerca que puedes percibir su acre hedor, que las tienes tan pegaditas a tu alma que puedes ver cómo te devuelven sonrientes la mirada… y a partir de ese instante ya estás listo, a punto para la boca del lobo, o del licántropo, como gustéis…


El resorte puede saltar por cualquier cosa, una mala contestación, una sutil ironía a destiempo, una broma no tan ligera como se pretendía, un bocinazo impaciente o incluso el llanto inagotable de una criatura vecina a las cuatro de la mañana, ¡y tú te levantas a las seis!… Las posibilidades son infinitas, tantas como hombres capaces de asesinar y ser asesinados, de dejarse dominar por la sombra. Y una vez lo haces ya está, el bueno de Murphy gana la partida y él y su tostada dichosa se marchan a tocarle a otro los mismísimos, porque tú ya estás finiquitado, marcado, como una carta de póquer con la que la muerte ha de ganar la mano de tu vida. Quizá reacciones con rabia, dominado por la ira, e intentes partirle la nuez al primero con el que te topes en la calle; o bien te dé por derrumbarte sobre tu postración, hasta que las lágrimas desequen tu cuerpo; o, simplemente, como la mayoría, decidas bajar los hombros y los párpados, admitir la derrota, sumiéndote en la atonía por el resto de tus días, transcurriendo con el tiempo, hasta que éste decida dejarte atrás.


En cualquier caso, recordad, el punto límite siempre está ahí, acechando, y siempre consigue su presa, siempre gana, porque como Murphy a su tostada, como el buitre al moribundo, como el lobo al cordero y la sombra al viajero, la muerte aguarda a su caza investida siempre de su mejor y más efectiva arma, la paciencia. Sólo debe limitarse a esperar que seamos los hombres, nosotros, sus presas, quienes agitados en nuestra angustia, terminemos por bajar la guardia, apartándonos voluntariamente de la luz, de nuestras ilusiones y esperanzas, cayendo irremisiblemente en sus finales garras.


            								© JIP




Incubando las Tinieblas...

SILENCIOS

Es chungo esto de ponerse aquí, delante del ordenador, el teclado esperando tus dedos, y no saber de qué carajo escribir. Nada que valga la pena, nada que llame tu atención, como si fuese una papelera vacía en la que ninguna bola de papel acierta a entrar. Quizá es que tienes la cabeza llena de demasiadas cosas, bailando nerviosas sin poder asentarse, como si un poltergeist se lo estuviese pasando pipa haciendo juegos malabares con tus pensamientos. O quizá es al revés, que tienes el cerebro seco ya de todo un día de ajetreos, gritos, malas caras y peores miradas, semáforos reales -de esos que te saltas en rojo- o simbólicos, subconscientes, que van empujándote o frenándote a su voluntad, agotándote subrepticiemente, segundo a segundo. Y llegas a casa, hogar dulce hogar, silencio... te duchas, te pones cómodo, tal vez comes algo, o no pruebas bocado porque tu nevera es el espectáculo penoso y desértico de siempre. La noche empieza a abrazarte, algo de música, no muy alta, caes en la cuenta de que ese es seguramente el mejor momento que has tenido en todo el puñetero día... sonríes. Piensas que podrías escribir algo decente, algo que te sacara la mente a pasear aunque fuese unos minutos. Te pones a ello, optimista, casi feliz, pero el entusiasmo dura poco. No hay nada que hacer, hoy el teléfono seguirá sin sonar. Entonces dudas, dudas demasiado, fatalmente. Te preguntas qué sentido tiene todo, qué sentido tiene nada, incluso la escritura, incluso quien escribe, o sea yo. Y hechas un vistazo a la casa, te gustaria dejarte dominar por el pánico pero estás demasiado cansado como para acoger ni un escalofrío más. Así que subes un poco más la música, para ahogar el silencio, para combatir el aire muerto que te arropa, para no poder escuchar ese teléfono que sabes que no va a sonar...


Así que de todos modos escribes, escribes... lo que sea, aunque sea una idiotez, una completa mierda... porque sientes que mientras lo haces al menos las letras te acompañan...

            								© JIP



Figura Escribiendo Reflejada en un Espejo de Francis Bacon, 1976